Si en algún momento hemos podido tener la creencia de que los radares de velocidad iban más allá de la función recaudatoria, existen ciertas realidades que no nos dejan tener esta visión positiva. Su intención de velar por la seguridad queda pobre al considerar que su estratégica situación no responde por lo general a este fin.

La colocación de los radares de velocidad, siempre ha contado con un halo de sospecha entre los conductores. Su misión, velar porque los límites se cumplan ha quedado en entredicho en múltiples ocasiones, empañado por el afán recaudatorio que en estos tiempos difíciles se ha intensificado en las carreteras españolas. Es por ello que cada vez se hacen más preguntas los conductores, ¿corrigen comportamientos los radares? ¿son útiles donde están ubicados? ¿velan por la seguridad o pueden ponerla en peligro?

Y lo cierto es que siendo justos con el sentido de la palabra, los radares de velocidad no se sitúan precisamente en su mayoría, en las zonas de concentración de accidentes, que podrían ser un buen ejemplo de que cuentan con un cometido centrado en la seguridad vial. Todo esto queda reflejado en las cifras debido a que sólo cinco tramos de las 180 carreteras más peligrosas de España tienen un radar o están señalizadas como tramo de concentración de accidentes. Una cuestión que se ha demandado de todas las formas posibles a Tráfico y que después de muchos estudios siguen sin tener resultados efectivos, traducidos en número.

Si a esto le sumamos la curiosa coincidencia de radares cuesta abajo en las carreteras, vemos cómo su colocación está realmente pensada y sin nada fruto del azar, pero de nuevo llegamos a la triste conclusión que se aleja de lo que consideramos como su función primordial: velar porque se cumplan los límites por la seguridad, distorsionada por la necesidad de recaudar a base de multas de tráfico.

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