Cada vez se alzan más voces y es más conocido el hecho que todos siempre hemos sospechado: la crisis económica es una buena excusa para recaudar a base de los ciudadanos. Una actividad que se exige a los agentes por encima del resto y que se controla minuciosamente para que estos no pierdan sus privilegios e incentivos.
Si ya hemos tenido la oportunidad de ver hasta un mensaje que pone en evidencia las presiones que sufren los agentes a la hora de poner multas de tráfico, ahora también esta queja se extiende a Madrid, donde uno de los mandos de la Policía Municipal ha enviado un escrito a sus subordinados en el que impone y fija como requisitos durante el mes, el número de multas de tráfico, controles de alcoholemia y otro tipo de sanciones que se tienen que realizar sin ninguna objeción o excusa.
Una información o más bien amenaza que se tiene que cumplir para que estos conserven sus privilegios y mantengan las cifras de estas prácticas que están puntuadas según el Resumen de Actividad Individual (RAI). Un hecho que hace que se convierta en toda una carrera lograr la observación de infracciones en los ciudadanos y en caso de ser dudosa prestar uso hasta de la imaginación. Todo ello resulta una clara evidencia del afán recaudador que impera en los últimos tiempos.
Alegando que «no se han llegado a los objetivos marcados», fijados en 300 multas por turno, se ha impuesto mayor rigidez a los agentes madrileños. A este aviso le ha acompañado una tabla en la que viene todo determinado, no existe capacidad ni para la imaginación, ni siquiera para el destino. Las sanciones tienen que ponerse de una manera u otra. Y es por ello que en «los turnos de mañana y tarde deberán poner cada uno 300 multas y el de la noche entre 170 y 180». Pero este esquema recaudador aún va más lejos imponiendo que de estas denuncias es necesario que «el 25% sean dinámicas y un 17% de utilización de cinturón y casco«.
Un ejemplo concreto de que hay más escrito sobre lo que tiene que pasar frente a lo que tal vez sucede en la realidad porque cuando no se alcanzan las cifras, llega el turno de la inventiva e imaginación que pagan los conductores en su particular caza de brujas.
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